martes, 24 de abril de 2012

'La herida de Nina', cómo encajar un trauma en 15 minutos

Las grandes historias difícilmente caben en las dos horas que suele durar un film. Más complejo habrá sido para Jordi Núñez, con varios videoclips y cortos a sus espaldas, encajarla en los 15 minutos del corto "La herida de Nina". Para ello, se ha saltado las obviedades y ha preferido ir directo al simbolismo, a expresar todos los sentimientos que nos despiertan nuestros miedos por la forma. De ahí que el corto no deba analizarse por los diálogos explícitos, conversaciones cotidianas y lugares comunes en la vida de todos, sino por todo lo que se sobreentiende. Una habilidad que el director obliga a poner en práctica desde los primeros segundos, al resumir toda una escena sexual en los breves instantes posteriores, y que habrá que aplicar para reordenar los actos en nuestra mente tras digerirlo.


Argumento
Nina, aparentemente una chica que ha cumplido con todo en su vida, es en realidad un nido de miedos y angustias. Se niega a sí misma el amor, oculta a todo su entorno qué es lo que la inquieta y se obliga a sufrir los males del resto sin dar luz al suyo propio. Todo se entenderá con el desarrollo de las distintas escenas, aparentemente inconexas en un principio debido a los continuos saltos temporales, que sorprendentemente se resuelven en tan corto espacio de tiempo. Todo un drama al estilo Hitchcock, atemporal. Nina huye de su pasado: un despecho que la llevó al homicidio y a la promesa de no volver a amar, hasta curarse gracias a la segunda oportunidad que vemos transcurrir en el corto: su reflejo en su hermana y su compañera, en su pareja, y en sus traumas. Amar de nuevo, comprendiendo que al final de toda historia siempre estará la muerte, y perderle el miedo.

Interpretaciones
'La herida de Nina' es la breve biografía de una mujer y, por ello, cualquier actuación excepto la suya es anecdótica. Aún así, cabe destacar el papel de la compañera de trabajo, en el cual el desparpajo de Irene Benlloch deja entrever una existencia despreocupada, menos traumática y más volátil que la de Nina, mientras que la hermana, Lucía Castillo, parece estar vencida por el peso de la realidad y el sufrimiento de la responsabilidad. Nina viaja de un extremo al otro, sin identificarse con ninguno a pesar de que los otros dos personajes sí la etiqueten en el extremo contrario.

Paula Rausell, en el papel de Nina.
Nuria Marín consigue transmitir lo que se espera de ella: prepotencia y agresividad, antes de su asesinato, resentimiento tras él. Una actuación de contrastes frente a la de Diego Navarro que, como pareja de Nina, ha de ser llano y transparente para que podamos entender las divagaciones y miedos de la protagonista, interpretada por Paula Rausell en un trabajo más que bordado. Sin un atisbo de falsedad en la voz y con un registro facial muy completo, la actriz consigue no sólo que entendamos los sentimientos no explícitos de Nina, tanto positivos como negativos, sino que mediante su actuación podemos interpretar la del resto, aparentemente simples arquetipos hasta que vemos qué es lo que despiertan en la protagonista.


Dirección
Desde luego, la parte con más peso si intentas resumir dos historias de amor separadas por un homicidio y seguidas de una rehabilitación en 15 minutos. Puede sonar pretencioso, pero Jordi Núñez lo consigue gracias a su forma de jugar con los planos y el atrezzo:

El vestuario de la protagonista habla por ella. Como denota la hermana en uno de los diálogos, viste por encima de sus posibilidades, y eso nos lleva a sospechar de ella, a temer qué esconde. Pero el momento de mayor carga semántica de su vestuario es la escena final: si van a una boda, ¿porqué ese vestido fúnebre? Todo un reflejo de los malos sentimientos que el amor despierta en ella.

En cuanto a los planos, se nota la formación del director. Todas las escenas se inician con un plano equilibrado con especial atención a los tercios, para luego romper todos los esquemas. Nos lleva de la fotografía al experimento. Lo que podría despertar malestar en el espectador se transforma en un sello del creador y, lo que es más importante, consigue transmitir la misma incomodidad que siente la protagonista, dado que todos los momentos en que Nina siente agobio y miedo podemos observar horizontes volcados, hasta restablecer el eje en la escena final, cuando se cura de sus traumas.

 
Los escenarios tampoco están elegidos al azar. Como en el cine más tradicional, Núñez despierta nuestras ansias con las profundidades infinitas y los puntos de fuga estratégicamente colocados donde más llamen nuestra atención. La simetría siempre ha asustado en la pantalla, de ahí que la relación que hace el director entre la idea de la muerte y los callejones y pasillos simétricos, centrados, resulte con éxito. Otro modo de expresar los sentimientos se da cuando Nina mira fijamente a la pantalla: al salir de su burbuja, tras el asesinato, y al mirar al espectador a través de la casa en construcción en la que ella no acaba de sentirse cómoda. Como en su relación.

Para acabar, la simbología en torno al caballo. Considerado socialmente como un símbolo de vigor y fuerza, para Nina los caballos simbolizan los celos, el despecho y la venganza. Todo aquello que la llevó a matar a su rival en el amor con el busto plateado de un caballo, de ahí la relación entre las figuras, los relinchos y los caballos en sí mismos con su trauma.

Pero hay dos momentos en los que destaca el ingenio creativo del director: la escena ortocromática en la que Nina y su pareja son los únicos en color, dándonos a entender que él es lo único que la mantiene ajena a su mundo de miedos; y la escena inicial en la que, en medio de la tormenta, Nina huye de sus miedos y el fantasma de su víctima en medio de los relámpagos, con un ritmo y campos que rompen con el clasicismo de la historia narrada.


En conclusión
No es Hitchcock, ni es Almodóvar, ni von Trier. Pero tampoco tiene una cuenta bancaria en Suiza y el apoyo de los estudios (y el Ministerio de turno) detrás. Con pocos recursos, pocos años de vida y poco tiempo, Jordi Núñez consigue contar una historia completa en 15 minutos, dejando más para la mente del espectador de lo que se suele, y combinando la tradición clásica con nuevos enfoques y técnicas. Su trabajo demuestra mucho consumo de cine de autor, pero la obsesión por la significancia de lo no verbal en este corto refleja una mayor inspiración en Rosellini. Si quieres ver 'La herida de Nina', no dudes ir a su próxima cita en los cines Babel (Valencia), donde se proyectará junto al primer largometraje del director 'Salí porque salí'. Bastante más que mero cine adolescente.

lunes, 9 de abril de 2012

Dubstep relajante, paradojas made in SBTRKT

Y no sólo dubstep: tecno, house, bass... El dj londinense Aaron Jerome ha sabido llevar bajo el pseudónimo de SBTRKT (léase subtract) las útlimas corrientes de la electrónica de pista al salón de casa, a las veladas románticas o incluso a las noches de helado de chocolate y dramas. Su álbum debut homónimo (al pseudónimo, que no al nombre verdadero), contiene doce temas encajados a la perfección y tejidos muy meditadamente. Hasta el estilismo ha dejado bien atado.


La columna principal del álbum es el anonimato. Jerome se obsesionó con esta idea durante sus años como DJ, llegando a la conclusión de que el DJ no ha de ser la estrella sino simplemente un mezclador y transmisor de las obras de otros, las verdaderas estrellas. De ahí que en sus directos haya optado por usar siempre máscaras tribales, diseñadas especialmente para él y su colaborador, que lo acompaña al mando de sus conciertos bajo el pseudónimo Sampha. Además, el álbum cuenta con una colaboración de Yukimi Nagano, vocalista del también electrónico rupo sueco Little Dragon.

Las canciones, todas ellas con bases que bien podrían cimentar raves y festivales de electrónica, transcurren lentas como una caricia a los oidos. El disco lo abre Heatwave, tres minutos instrumentales in crescendo que preceden a Hold on, lo más parecido a un single comercial del álbum y claramente influido por los sonidos tribales que acompañan su estilismo. Wildfire nos revela que el dubstep puede ser sensual gracias a la voz de Nagano, que se abraza en un oxímoron al soul. Sanctuary y Trials of the past dan un respiro entre el nu-wave y el progressive en medio del trabajo para dar paso Right thing to do y Something goes right, perfectos contrapesos vocales en el centro del álbum. Pharaohs nos demuestra que el dance también fue hecho para escuchar en tranquilidad y el álbum lo cierra la magnífica Living like I do, la más bailable y al mismo tiempo la más oscura de las creaciones de Jerome.



En resumen, un álbum redondo para escuchar en una noche de relax, como transfondo de una conversación entre amigos o haciendo el amor. Uno de esos discos que merecen pasar a formar parte de la banda sonora de tu día a día.

sábado, 7 de abril de 2012

Xavier Dolan, o cómo es crecer en los 90

Tras ver la sangre que ha corrido por las décadas precedentes, parece que el final del siglo XX fue un regalo para los que nacieron en él. Desde luego, no tuvimos que enfrentarnos a guerras, violencia ni hambre; tuvimos acceso a la alta educación, a la cultura y a las nuevas tecnologías. Pero ser la generación más formada de la historia tiene un precio: nadie dijo que el saber fuera felicidad ni que las tecnologías simplificaran el mundo.


Se le podrá reprochar todo lo que se quiera a Xavier Dolan, pero desde luego, lo que nadie le puede negar es que es producto y fiel reflejo de sus circunstancias. De las de su generación. De las angustias, más espirituales que físicas, que aquellos que nacieron a final de siglo enfrentan al crecer, madurar e incomprender en el nuevo.

Su primer film, J'ai tué ma mère, escrito con apenas 16 años, demostró una relación infernal entre un hijo y una madre separados por un abismo intergeneracional incompensable. Mientras ella creció, y se ancló, en una de las muchas corrientes culturales que barrieron los 60 y 70, él ha crecido con la conciencia de que toda corriente cultural acaba siendo falacia. Ideales frente a desencanto. Ella es historia, él, post-historia. Kitsch frente a desencanto. Como Teresa y su madre en la literatura de Kundera: ella ama la realidad del ser, él no soporta su levedad.

El segundo, Les amours imaginaires, entra en la misma espiral obsesiva que todo joven ha padecido en torno a las relaciones interpersonales, plasmando, cómo no, el abismo entre el mensaje enviado y el recibido que tanto obsesionó a Hume. Mientras dos amigos se pelean por el amor de un tercero, este último yace ajeno a todo, pues nunca quiso significar lo que sus amantes entendían. Las múltiples lecturas de los mensajes entre personas se complican con aquellos inventos que han precedido a nuestra existencia: desde el correo tradicional hasta el electrónico y el teléfono. Todo se enreda más si atendemos al escenario post-ambigüedad, post-romanticista y post-todo que nos rodea.


Pero la principal baza de Dolan, virtuoso y precoz, es que rueda conforme a sus circunstancias. A aquello que está viviendo. La relación entre una madre y un hijo no podría haber sido plasmada tan crudamente por un director más mayor puesto que siempre miramos atrás a través del cristal del romanticismo. Como bien dijo él, la película era semi-biográfica, y es que no se puede plasmar una historia así, que muchos adolescentes han sufrido en mayor o menor medida, sin estar viviéndola.

Frente a esa rabia y espontaneidad adolescente encontramos a Francis, el alter ego de Dolan en su segundo film, más pausado, refinado en sus métodos e inmerso en el mundo de las convenciones sociales. Ya no se permite perder los nervios, destrozar su entorno y gritar, sino que actúa conforme a las diplomáticas formas del mundo adulto desde la rabia controlada de alguien que apenas está entrando. Nuevamente, refleja lo que está viviendo a sus 20 años en su película.

Aunque es cierto que ambas producciones cuentan con un guión que se podría haber comprimido en el trailer, de haber eliminado el ejercicio de vaciado que compone el resto de las películas, de transucrrir lento, nos habríamos perdido pequeñas obras de arte cinematográfico como la ira a cámara lenta del matricida y el único escape que se permite la madre al hablar con el director del internado por teléfono; o el simétrico y perfecto retablo coloreado que componen los cuatro diálogos post y precoitales del segundo film donde los protagonistas, siempre perfectos en sus papeles, expresan puntos de vista que nos ayudan a comprender el significado de sus objetos fetiche durante el resto de la película.

Así pues, igual que Marie se obsesiona con sus cigarros, Francis es el único dueño de sus marcas en la pared y este es el modo de ambos de mantener su vida atada y ajena al mundo inestable y en continuo cambio que el siglo XXI nos ha brindado. En el otro lado de la balanza vemos a otros personajes sin nombre que buscan sin éxito su modo de interpretar dicho mundo plusquamcambiante: la dolorida por las relaciones a distancia, el obsesionado con la sexualidad, la dependiente de las redes sociales... En el fondo, pequeñas historias, reflejos sociales, que todos hemos vivido.



Por la parte visual, Dolan vuelve a jugar con los límites del racord y, mientras en J'ai tué ma mère podíamos ver un estridente desequilibrio en las conversaciones plano, contra-plano; en Les amour imaginaires los travellings de cámara y los planos secuencia se alargan formando espacios vacíos de sentido en la acción. A pesar de ello, el director no rompe con el transcurrir de los films y todo queda en un anecdótico sello de autor, como lo son los estilismos pop y vintage de sus personajes y los decorados de colores y formas en contraste.

Se le ha reprochado esto último puesto que parece reflejar unas ansias del director, actor y productor de encajar en una generación a la que no pertenece, anterior a él, pero más que perpetuar iconos precedentes, Dolan hace algo muy propio de la generación a la que realmente pertenece: se burla de dichos iconos, los manipula, Marie es una Audrey Hepburn vulgar y Francis un James Dean débil. Y es que otra característica de los jóvenes post-guerra fría es que han consumido mucha cultura precedente, en todos los campos, y juegan con ella como una circunstancia más de su entorno: son su derivado.

En el fondo todos los personajes de Dolan buscan una única cosa: el amor, el afecto, el cariño. Y todos encuentran otra: el cambio. Maduran, crecen, cambian y, sobre todo, se hieren. Pero así se aprende. Marie lo expresa en su cita con la peluquera al decir que no le importa el sexo, que sólo busca alguien con quien despertar, con quien compartir la cuchara del desayuno, que respire a su oido. Ya lo dijo Milan Kundera: "El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien". Veremos como lo refleja en su próximo film, Laurence Anyways, la complicada historia de un transexual y, cómo no, su búsqueda del amor.


jueves, 5 de abril de 2012

Iamamiwhoami sigue sin saber quién es

Una vez descubierta la identidad de la artista, el grupo Iamamiwhoami parecía haber perdido el sentido y pasado a convertirse en una bonita anécdota de la electrónica. Pero no ha sido así, poco más de dos años después de su primer experimento, la sueca Jonna Lee vuelve a deleitarnos con una tanda de vídeos aparentemente inconexos y sin sentido, eso sí, acompañados de buena música.

La historia es la siguiente: en diciembre de 2009 varios periodistas musicales de todo le mundo reciben correos con contenidos audiovisuales vacíos de significado y bautizados con series de números. Unos pensaron que era el avance del nuevo trabajo de Christina Aguilera. Otros, más sensatos, pensaron en Björk. Semanas más tarde llegaba a YouTube un viral en la misma línea electrónica subido por un usuario que se hacía llamar iamamiwhoami (Yo soy, soy yo, quién soy literalmente). Esta vez se trataba de un videoclip más largo con un primer single, "B". Los meses transcurrieron con los singles "O", "U1", "U2", etc. hasta que la suma de los nombres de los vídeos pasó a conformar la palabra "Bounty" (generosidad).



Nadie sabía nada, puesto que la artista aparecía siempre maquillada en exceso y bajo diversos disfraces, mientras que los videos tenian un hilo en común que no parecía responder a la lógica. El código numérico de los primeros videos, eso sí, fue descifrado, para revelar palabras como "mandrágora", "educativo" o "bienvenido a casa". Finalmente, la artista apareció sin ningún tipo de máscara u obstáculo visual en el tercer vídeo, descubriendo que era la sueca Jonna Lee. Los vídeos, aunque nunca se resolvieron, parecían ser una metáfora del folclore en torno a las raíces de la mandrágora, con bebés, vírgenes, esperma de ahorcados y perros negros incluidos. Y así quedó resuelto un bello trabajo electrónico y visual, de entre los que destacan los singles "Y", "O" y "; John", que fue reunido y publicado como Who it may concern, frase que se repetía en varios idiomas en todos los vídeos (A quién corresponda) y que titulaba los mails enviados a los periodistas.



El grupo ofreció un único concierto, en el célebre festival One West Way de Gotemburgo. La crítica fue más que positiva y, aunque incluso llegó a ganar el Grammis sueco y fue nominado para los MTV Awards, desapareció del panorama como llegó: sin pistas, con incógnitas, en secreto.

Sin embargo el pasado uno de febrero el usuario iamamiwhoami resucitó en YouTube con un nuevo vídeo, "Kin 20120611". Esta vez las incógnitas no han durado tanto y ya se sabe que el título se refiere al primer álbum de estudio que el grupo está grabando para la discográfica Cooperative Music, que se lanzará le próximo 6 de junio. Hasta entonces, ya podemos disfrutar de los nuevos vídeos enigmáticos que Jonna Lee está dejando gota a gota en la red ("Drops", "Sever", "Good worker") y que esta vez parecen contar una historia lógica, aunque a día de hoy sigue sin tener sentido. Habrá que esperar al próximo single, bautizado con el prometedor nombre (para resolver enigmas, claro) de "En el orden correcto".


miércoles, 4 de abril de 2012

Vilna: iglesias, baloncesto y comida.

Ni tan activa como Riga ni tan antigua como Tallín, la tercera capital del báltico se presenta humilde y transparente, pero llena de riquezas y secretos escondidos. Apodada la Jerusalén del norte, por la cantidad de iglesias; con un barrio tomado por los artistas y autodeclarado independiente y un cuartel de la KGB convertido en museo sobre su pasado soviético, Vilna, o Vilnius, es una ciudad de contrastes.

Catedral de San Estanislao y San Bladislao
  • Moneda: litas (1€ = 3'45 LTL)
  • Idioma: lituano, una de las lenguas más antiguas de Europa.
  • Población: 560.200 hab. (2010)
  • Sociedad y condiciones
    Visitable a pié                    
        Precios bajos  Homofobia    
Opc. Vegetariana  Alcoholemia
Buen nivel de inglés                        

Qué visitar:
Puerta del Amanecer
Vilna es una ciudad que se recorre pronto y a pié. En una mañana puedes ver la Puerta del Amanecer, cruzar todo su casco histórico, entrar en la Universidad más antigua del Báltico y aparecer en la plaza de Gedimino, donde se encuentran la Catedral de los Santos Estanislao y Bladislao, patrones del país, el Museo Nacional de Lituania y, sobre la colina, el Castillo de la ciudad, desde el que se aprecian todos los tejados rojos del pequeño casco antiguo. La visita es gratuita excepto para la Universidad, donde pagas el simbólico precio de 1 lita, y para el Castillo si decides subir en el funicular.

Tras comer, puedes visitar el Museo de la KGB, por menos de 2€, donde los propios exprisioneros trabajan hoy como guías en un recorrido por la historia del espionaje y la represión soviéticas. Para terminar, puedes caminar hasta el barrio bohemio de Uzupi, autodeclarado independiente en 1997 y hermanado con el parisino Montmartre, donde los artistas han llenado las calles y casas de pequeñas obras y que cuenta con su propia constitución con artículos tan interesantes como "Tienes derecho a llorar", "Tienes derecho a cuidar de tu perro y tu gato, y que ellos cuiden de ti" o "Tienes derecho a ser querido, pero no es una obligación".

Uzupis
Si estás más tiempo en Lituania, no puedes dejar pasar la oportunidad de visitar Trakai. A tan solo media hora de la ciudad y por el precio de 2€, un autobús te lleva cada media hora. Se trata de un pueblo que, en su época, llegó a ser la capital del imperio lituano, que tuvo su máximo explendor en el siglo XVI al llegar al Mar Negro. El castillo, situado en medio de un lago, ha sido totalmente restaurado y se puede visitar su interior por 6 litas. Merece la pena. Y para terminar, Lituania es generalmente conocida por su baloncesto, y los lituanos se enorgullecen de ello. Si estás el tiempo suficiente, puedes ver un partido de cualquiera de los equipos nacionales en el estadio que sirvió como sede del Eurobasket 2008 en la ciudad de Kaunas.

Qué comer:
La cocina lituana se basa principalmente en patatas cocinadas de infinitos modos y la carne de cordero, pero cuenta con una gran variedad de platos tradicionales aptos para vegetarianos: la sopa de champiñones, servida dentro de un pan de centeno; los zeppelin, un puré de patatas horneado y relleno de varias opciones que incluyen setas o queso; los kiblinai, empanadillas de múltiples contenidos y las tradicionales tortas de patata.

Dónde salir:
Castillo de Trakai
Cozy, en la calle Universiteto, es el lugar ideal para picar el tradicional pan de ajo con queso frito mientras bebes cervezas locales junto a un dj diferente cada noche. Los locales prefieren ir a bares de música metal y bandas nacionales, llamados baras, y es que los lituanos no bailan, pero los pocos que lo hacen se reunen en Play, en la calle Islandija, un pequeñísimo local de música indie donde jóvenes lituanos ansiosos de conocer a foraneos beben coctails por menos de 3€ y se sientan en sofás y colchones como si de una fiesta en tu casa se tratase. Los locales comerciales se agrupan en torno a la calle Vokieciu, donde puedes apreciar de primera mano los problemas con el alcohol de la juventud lituana, mientras que el único lugar de ambiente en esta ciudad conservadora y rehacia a los homosexuales es Soho, en la calle Svitrigalio.