En menos de cinco años,
España ha pasado de una fervorosa eurofilia a la más absoluta eurofobia. Recortes
en sanidad y educación, aumento del paro, eliminación de becas y ayudas
sociales, incremento de impuestos y pérdida consecutiva de derechos amparado todo
esto por una dirección férrea desde Bruselas marcan la diferencia entre la
mayoría de ciudadanos que, en 2007, aprobaban la Unión Europea y la caída en
picado de este apoyo en 2012, según presenta la última encuesta del
Eurobarómetro. ¿Hasta qué punto era necesaria esta austeridad? ¿Qué se
ha hecho mal en Europa para llegar a este punto? ¿Qué se puede hacer bien en el
futuro más próximo? ¿MÁS EUROPA O MENOS EUROPA? Preguntas cada vez más
cotidianas y necesitadas de una respuesta inmediata, pero no todo son ajustes
económicos y recortes.
El creciente desapego de los europeos hacia la Unión
también tiene sus raíces en la crisis de valores que acompaña a esta profunda
crisis económica que atravesamos, en los errores en la construcción de la Unión
que priorizaron los lazos económicos a los culturales, en la carencia de
líderes e instituciones eficaces dentro de la organización y en la pérdida de
poder geopolítico que el viejo continente atraviesa en el nuevo y cambiante
marco global. Por ello, cualquier paso que los dirigentes de la Unión Europea
den a partir de ahora no debe responder sólo a razones económicas, sino también
a la búsqueda de un modelo de sostenibilidad y cooperación entre los países
miembros para conseguir una Unión fuerte y capaz de afrontar todos los desafíos
que se le vienen encima, de los que la crisis del Euro es sólo el primer paso.
El primero de estos retos es la construcción de una
Europa basada en la sociedad del conocimiento. Se trata de una idea ya antigua
que se fraguó en el fracasado tratado de Lisboa, en 2007, cuando los dirigentes
europeos se comprometieron a invertir hasta el 3% del PIB de cada nación en la
Investigación y Desarrollo, de modo que la industria europea se recondujera
hacia la creación de nuevas tecnologías y crearan empleos de alta capacitación.
Hoy en día, la UE sólo invierte un 1’8% de media en I+D, frente al 2’8%
estadounidense, el 3’5% japonés o el 3’4% de una creciente Corea del Sur.
Europa no sólo no ha conseguido incrementar sus inversiones en nuevas industrias,
sino que algunos países han reducido el gasto en ello bajo la batuta de la
austeridad. El nuevo plan Europa 2020 se ha creado, entre otras cosas, para
superar este primer fracaso e invertir realmente en sectores que encumbren el
talento potencial de un continente con una población altamente formada pero con
pocas oportunidades de realizarse.
La sociedad del conocimiento
De seguir como hasta ahora, el continente se ve condenado
al sector servicios, a actividades de poca productividad para las que se
requiere poca formación y que no aportan a la Unión una base potente para
competir contra el resto de países. Europa deja de ser uno de los mayores
activos económicos del mundo para convertirse en un parque temático y un lugar
de retiro. Y es que otro desafío que afrontamos es el rápido envejecimiento de
la población, resultado de una esperanza de vida elevadísima y un índice de
natalidad ínfimo. Europa concentra, pues, dos factores extremos para que se dé
esta situación: la elevada calidad de vida atrasa la defunción de los europeos
que, a su vez, deciden tener cada vez menos hijos para poder dedicarse a sus
profesiones y debido al alto coste de tener descendencia. Para 2040, se espera
que tan sólo haya dos empleados por cada pensionista en el continente, una
situación insostenible ya que no se ingresarán suficientes impuestos para
mantener tal cantidad de prestaciones sociales. Entre las posibles soluciones,
se encuentra el atrasar la edad de jubilación, actualmente en torno a los 62
años de media, ya que al ser más longevos se da por sentado que tendremos más
años hábiles. Otra opción sería que la jubilación dejara de ser una obligación
para ser una opción, aunque habría que calcular la repercusión de esto en el
empleo juvenil, ya que Europa cuenta además con un empleo entre la población
menor de 25 años que sobrepasa el 20%, incluso el 50% en algunos países del
sur, y sus expectativas de incorporación al mercado laboral no parecen nada optimistas.
Otro reto para la Unión Europea es superar su dependencia
energética. Actualmente, los países miembros importan el 90% del petróleo que
consumen, el 80% del gas y el 50% del carbón. Es una situación de por sí
complicada, pero los escenarios plausibles en un futuro no muy lejano la
empeorarán: seguramente ya hemos superado la máxima oferta de energías fósiles,
con lo que a partir de ahora los precios se incrementarán, especialmente ante
la demanda creciente de los países emergentes como China o India. Además, los
socios preferentes de la Unión Europea para la importación de estos productos,
Noruega y Turquía, se encontrarán también en una situación delicada: Noruega,
de quien importamos algo más del 40% del petróleo y gas que consumimos, prevé
acabar con sus reservas en esta década, mientras que Turquía, a quien la Unión
Europea se ha empeñado en dar la espalda, está afianzándose en su zona de
influencia, Oriente Próximo, y pronto podría priorizar sus relaciones con las
ex repúblicas soviéticas y pagarle a Europa con la misma moneda.
Economía verde
Europa cuenta, además, con la capacidad de implantar
fuentes de energías propias y reducir progresivamente su dependencia de los
combustibles fósiles que, además de costarnos cada vez más caros y producir
contaminación, son potenciales fuentes de conflicto que convendría evitar a una
unión de países caracterizada por el poder blando: hablamos de la energía
eólica, que la Unión podría potenciar en el Mar del Norte, como bien hace
Dinamarca, y de energía solar, no solo en los países del Sur como España o
Italia con una enorme superficie donde poder implantar plantas fotovoltaicas,
sino también en los países vecinos al norte de África, con infinitas y bastas
extensiones desérticas donde crear plantas solares a un reducido coste a tan
solo 40 minutos desde la costa norte del Mediterráneo.
Esto no sólo posibilitaría una menor dependencia de la
Unión con respecto a otros países, sino que también nos caracterizaría como una
economía verde, situándonos a la cabeza de los tratados medioambientales
globales. Esto debería complementarse con la instauración de impuestos medioambientales
a aquellas empresas que contaminen en exceso, así como a las emisiones de CO2,
el tratado de residuos y el reciclaje. No olvidemos, además, que la totalidad
de países que conforman la Unión Europea firmó el tratado de Kyoto y los
suscribió posteriormente en Copenhague, por lo que deberían reducir en un 20%
sus emisiones de CO2 antes de 2020, un objetivo muy lejano a la situación
actual cuando la mayoría de países integrantes, en lugar de reducir sus
emisiones, las han aumentado.
La mayor democracia
Y es que, aparte de constituirse como referente de la
economía verde, Europa ha sido durante décadas el referente de la sociedad del
bienestar y de la democracia. Y este es uno de los puntos donde más fuerte le
está dando la crisis actual. Por ello, Europa no debe seguir recortando
prestaciones, sino administrarlas de un mejor modo. Es cierto que el panorama
actual hace cada vez más inviable la sostenibilidad del Bienestar, pero una
mejor distribución y un gasto mayor en sectores estratégicos podría no sólo no
debilitar la socialdemocracia sino hacerla más amplia: seguir invirtiendo en
sanidad para mantener la mejor calidad de vida del globo, invertir más y mejor
en educación (la media europea es del 3’5% del PIB frente al 4% de la OCDE,
países como España o Grecia apenas llegan al 3%), crear una red de
universidades más competentes y con mayor prestigio (actualmente sólo 21 de las
100 mejores universidades del mundo están en Europa, frente a las 46
estadounidenses), y atraer así inmigración de calidad a un continente necesitado
de gente joven y preparada. Mejorar la movilidad laboral dentro del continente,
instaurar la “flexiseguridad”, combinar la flexibilidad del mercado laboral en
continuo cambio con una serie de medidas que garanticen seguridad a los
trabajadores en el periodo de transición de un trabajo a otro, fomentar el
multilingüismo y dar uso así a una de las bazas de la Unión: su
multiculturalidad y su vasta diversidad que le otorgan una riqueza sin igual.
Y es que todas las medidas mencionadas en el párrafo anterior
son la respuesta a una sensación de abandono creciente entre los ciudadanos y
seguramente principal motivo del euroescepticismo: los movimientos sociales
contra las medidas que se están imponiendo desde Bruselas (que no contra la
Unión Europea), se expanden por todo el territorio europeo, desde movimientos
ciudadanos como el 15M y sus réplicas Occupy, que buscan una administración más
transparente y democrática, hasta partidos populistas de base xenófoba y
nacionalista como el Front Nationale francés o el VPÖ húngaro. Para estos
últimos, tan solo cabe paciencia y confiar en que la ciudadanía no ceda a la
cháchara antieuropea barata y carente de fundamento que sólo se basa en
sentimientos románticos y reaccionarios muy atractivos en situaciones de desesperación
como la que atraviesan ahora mismo muchos ciudadanos europeos en condiciones
precarias.
e-Democracy
Para los primeros, en cambio, al Unión Europea podría
aportar muchas innovaciones siguiendo claros ejemplos como el islandés: Europa
es, además de un referente ecologista y del Bienestar, el mayor estandarte de
la democracia moderna, un status que está perdiendo paulatina pero
constantemente debido a los repliegues nacionalistas y las políticas de
austeridad y contención. Por ello, el viejo continente debería despertar y
adaptarse a los nuevos tiempos. Dispone del mayor índice de personas con acceso
a Internet, con un 68% de los ciudadanos con conexión doméstica, y ello debería
ser un primer aliciente para fomentar instituciones participativas y
transparentes. Que cada vez se consulten más asuntos directamente al ciudadano
y que se le proporcione una relación detallada de los gastos y los ingresos de
las instituciones públicas para fomentar así su confianza en la Unión Europea y
sus organismos. Además de la participación, se pueden crear nuevas medidas de e-democracy, formas de gobierno más
cercanas, transparentes y flexibles, que acogen al ciudadano y lo hacen así
parte activa de su gobierno. Las nuevas tecnologías permiten que cada vez el
ciudadano esté más activo en la esfera pública y que, además pueda participar
desde casa. Si bien se ha visto casi como una amenaza por parte del poder
tradicional, esto debería observarse como un campo de posibilidades totalmente
nuevo y explotable que podría renovar la imagen de la democracia europea y
evitar que pierda su carácter de referente de las libertades y los derechos.
Por último, y adentrándonos ahora sí en materia
económica, la Unión Europea necesita
instituciones económicas comunes y eficientes. No puede ser que le Banco
Central Europeo no preste dinero a los estados del mismo modo que lo hace el
Banco Federal en los EEUU para garantizar la estabilidad y viabilidad del país,
por ello Europa necesita una unificación real de su sistema bancario y, con
ello, la creación de Eurobonos para que los mercados puedan así tener un baremo
de referencia a la hora de emitir deuda, pues hasta ahora se toma como
referencia el de Alemania. Esto conlleva que los países del sur tengan cada vez
más dificultades para vender su deuda y lo hagan con mayores intereses y a más
años, mientras que los países del norte venden su deuda prácticamente sin
intereses. Es decir, que los países del norte se están beneficiando de la mala
imagen del sur del que tanto se quejan sus gobiernos, cuando en realidad
deberían compartir las pérdidas solidariamente y crear así una verdadera unión
económica que transcienda a la monetaria y la fiscal, uniones cuyo único
objetivo parece ser la atracción de mano de obra e inversiones hacia el centro
del continente dejando a la periferia en un estado de depresión crónica.
Por supuesto, estos no son los únicos problemas que
afronta la Unión Europea, pero son algunos de los más relevantes y en su
conjunto hacen que actualmente una región que es el mercado más grande del
mundo, que aglutina un cuarto del comercio mundial y que es la mayor y más
exitosa organización transnacional existente, esté perdiendo relevancia en un
nuevo marco global donde el centro estratégico se ha desplazado hacia el
pacífico, en pos de una Asia cada vez más fuerte y que invierte más en
industrias punteras y nuevas tecnologías, de una América Latina más democrática
e igualitaria, de unos EEUU que no pierden su peso militar a pesar de sus cada
vez mayores problemas económicos, y de otras tantas regiones con un mayor
potencial económico y social. Así pues, Europa está pasando de ser la madre de
las naciones, la que ejerce el softpower
en los conflictos y aporta dos tercios del total de la ayuda humanitaria y al
desarrollo, a ser un actor irrelevante y conscientemente ignorado, en el que
los países pierden interés y confianza.
Abismos y oportunidades
Así pues, ante esta
situación ¿más o menos Europa? Más, siempre más. Más Europa y además más democrática, con el fomento de democracias
participativas y transparentes. Más
Europa y más verde, con el fomento de energías renovables y el cumplimiento
de los objetivos de los tratados medioambientales. Más Europa y más formada, con el fomento de Universidades competentes,
mayor inversión en educación y en I+D+I, y mejora de su industria y sus
sectores de producción hacia una sociedad del conocimiento y la sostenibilidad.
Más Europa y más integrada, con la
flexibilización de la movilidad laboral, el fomento del multilingüismo y la
cesión de más competencias a organismos
comunes, a corto plazo, y vistas al idealismo de la Unión federal a largo
plazo. Más Europa y más competente, mediante la creación de políticas
exteriores comunes, fomento del Eurocuerpo, constitución de un liderazgo claro
y carismático, así como creación de organismos económicos conjuntos, a imagen
de la Reserva Federal norteamericana, y sus respectivos eurobonos, y hacer
vinculantes las decisiones de otros organismos a día de hoy de poca utilidad como
el Consejo Europeo.
En definitiva, la Unión Europea debe reinventarse por
completo y caminar hacia una mayor integración ya que los diferentes estados
que la conforman tendrían muy pocas probabilidades de sobrevivir en un mundo
global como el que se nos viene encima, donde las pequeñas naciones a penas
pueden competir con los gigantes asiáticos y los grandes estados americanos o
una África latente. Los costes de hacer esta unión serán altos a corto plazo,
pero tendrán grandes resultados a medio y largo, pero ante todo, necesitan
recuperar la confianza del pueblo europeo, que los niveles de satisfacción con
la Unión vuelvan a niveles previos a la crisis, ya que de nada servirá una
moneda única si no contamos con una sociedad igual de unida. Europa se encuentra
ante el abismo, puede seguir sin hacer nada y caer, o hacer todo lo que esté a
su alcance e intentar saltar al otro lado del desfiladero. Nosotros elegimos.