martes, 9 de abril de 2013

Europa ante el abismo


En menos de cinco años, España ha pasado de una fervorosa eurofilia a la más absoluta eurofobia. Recortes en sanidad y educación, aumento del paro, eliminación de becas y ayudas sociales, incremento de impuestos y pérdida consecutiva de derechos amparado todo esto por una dirección férrea desde Bruselas marcan la diferencia entre la mayoría de ciudadanos que, en 2007, aprobaban la Unión Europea y la caída en picado de este apoyo en 2012, según presenta la última encuesta del Eurobarómetro.  ¿Hasta qué punto era necesaria esta austeridad? ¿Qué se ha hecho mal en Europa para llegar a este punto? ¿Qué se puede hacer bien en el futuro más próximo? ¿MÁS EUROPA O MENOS EUROPA? Preguntas cada vez más cotidianas y necesitadas de una respuesta inmediata, pero no todo son ajustes económicos y recortes.


El creciente desapego de los europeos hacia la Unión también tiene sus raíces en la crisis de valores que acompaña a esta profunda crisis económica que atravesamos, en los errores en la construcción de la Unión que priorizaron los lazos económicos a los culturales, en la carencia de líderes e instituciones eficaces dentro de la organización y en la pérdida de poder geopolítico que el viejo continente atraviesa en el nuevo y cambiante marco global. Por ello, cualquier paso que los dirigentes de la Unión Europea den a partir de ahora no debe responder sólo a razones económicas, sino también a la búsqueda de un modelo de sostenibilidad y cooperación entre los países miembros para conseguir una Unión fuerte y capaz de afrontar todos los desafíos que se le vienen encima, de los que la crisis del Euro es sólo el primer paso.
           
            El primero de estos retos es la construcción de una Europa basada en la sociedad del conocimiento. Se trata de una idea ya antigua que se fraguó en el fracasado tratado de Lisboa, en 2007, cuando los dirigentes europeos se comprometieron a invertir hasta el 3% del PIB de cada nación en la Investigación y Desarrollo, de modo que la industria europea se recondujera hacia la creación de nuevas tecnologías y crearan empleos de alta capacitación. Hoy en día, la UE sólo invierte un 1’8% de media en I+D, frente al 2’8% estadounidense, el 3’5% japonés o el 3’4% de una creciente Corea del Sur. Europa no sólo no ha conseguido incrementar sus inversiones en nuevas industrias, sino que algunos países han reducido el gasto en ello bajo la batuta de la austeridad. El nuevo plan Europa 2020 se ha creado, entre otras cosas, para superar este primer fracaso e invertir realmente en sectores que encumbren el talento potencial de un continente con una población altamente formada pero con pocas oportunidades de realizarse.


La sociedad del conocimiento
De seguir como hasta ahora, el continente se ve condenado al sector servicios, a actividades de poca productividad para las que se requiere poca formación y que no aportan a la Unión una base potente para competir contra el resto de países. Europa deja de ser uno de los mayores activos económicos del mundo para convertirse en un parque temático y un lugar de retiro. Y es que otro desafío que afrontamos es el rápido envejecimiento de la población, resultado de una esperanza de vida elevadísima y un índice de natalidad ínfimo. Europa concentra, pues, dos factores extremos para que se dé esta situación: la elevada calidad de vida atrasa la defunción de los europeos que, a su vez, deciden tener cada vez menos hijos para poder dedicarse a sus profesiones y debido al alto coste de tener descendencia. Para 2040, se espera que tan sólo haya dos empleados por cada pensionista en el continente, una situación insostenible ya que no se ingresarán suficientes impuestos para mantener tal cantidad de prestaciones sociales. Entre las posibles soluciones, se encuentra el atrasar la edad de jubilación, actualmente en torno a los 62 años de media, ya que al ser más longevos se da por sentado que tendremos más años hábiles. Otra opción sería que la jubilación dejara de ser una obligación para ser una opción, aunque habría que calcular la repercusión de esto en el empleo juvenil, ya que Europa cuenta además con un empleo entre la población menor de 25 años que sobrepasa el 20%, incluso el 50% en algunos países del sur, y sus expectativas de incorporación al mercado laboral  no parecen nada optimistas.

            Otro reto para la Unión Europea es superar su dependencia energética. Actualmente, los países miembros importan el 90% del petróleo que consumen, el 80% del gas y el 50% del carbón. Es una situación de por sí complicada, pero los escenarios plausibles en un futuro no muy lejano la empeorarán: seguramente ya hemos superado la máxima oferta de energías fósiles, con lo que a partir de ahora los precios se incrementarán, especialmente ante la demanda creciente de los países emergentes como China o India. Además, los socios preferentes de la Unión Europea para la importación de estos productos, Noruega y Turquía, se encontrarán también en una situación delicada: Noruega, de quien importamos algo más del 40% del petróleo y gas que consumimos, prevé acabar con sus reservas en esta década, mientras que Turquía, a quien la Unión Europea se ha empeñado en dar la espalda, está afianzándose en su zona de influencia, Oriente Próximo, y pronto podría priorizar sus relaciones con las ex repúblicas soviéticas y pagarle a Europa con la misma moneda.

Economía verde
Europa cuenta, además, con la capacidad de implantar fuentes de energías propias y reducir progresivamente su dependencia de los combustibles fósiles que, además de costarnos cada vez más caros y producir contaminación, son potenciales fuentes de conflicto que convendría evitar a una unión de países caracterizada por el poder blando: hablamos de la energía eólica, que la Unión podría potenciar en el Mar del Norte, como bien hace Dinamarca, y de energía solar, no solo en los países del Sur como España o Italia con una enorme superficie donde poder implantar plantas fotovoltaicas, sino también en los países vecinos al norte de África, con infinitas y bastas extensiones desérticas donde crear plantas solares a un reducido coste a tan solo 40 minutos desde la costa norte del Mediterráneo.

            Esto no sólo posibilitaría una menor dependencia de la Unión con respecto a otros países, sino que también nos caracterizaría como una economía verde, situándonos a la cabeza de los tratados medioambientales globales. Esto debería complementarse con la instauración de impuestos medioambientales a aquellas empresas que contaminen en exceso, así como a las emisiones de CO2, el tratado de residuos y el reciclaje. No olvidemos, además, que la totalidad de países que conforman la Unión Europea firmó el tratado de Kyoto y los suscribió posteriormente en Copenhague, por lo que deberían reducir en un 20% sus emisiones de CO2 antes de 2020, un objetivo muy lejano a la situación actual cuando la mayoría de países integrantes, en lugar de reducir sus emisiones, las han aumentado.

La mayor democracia
Y es que, aparte de constituirse como referente de la economía verde, Europa ha sido durante décadas el referente de la sociedad del bienestar y de la democracia. Y este es uno de los puntos donde más fuerte le está dando la crisis actual. Por ello, Europa no debe seguir recortando prestaciones, sino administrarlas de un mejor modo. Es cierto que el panorama actual hace cada vez más inviable la sostenibilidad del Bienestar, pero una mejor distribución y un gasto mayor en sectores estratégicos podría no sólo no debilitar la socialdemocracia sino hacerla más amplia: seguir invirtiendo en sanidad para mantener la mejor calidad de vida del globo, invertir más y mejor en educación (la media europea es del 3’5% del PIB frente al 4% de la OCDE, países como España o Grecia apenas llegan al 3%), crear una red de universidades más competentes y con mayor prestigio (actualmente sólo 21 de las 100 mejores universidades del mundo están en Europa, frente a las 46 estadounidenses), y atraer así inmigración de calidad a un continente necesitado de gente joven y preparada. Mejorar la movilidad laboral dentro del continente, instaurar la “flexiseguridad”, combinar la flexibilidad del mercado laboral en continuo cambio con una serie de medidas que garanticen seguridad a los trabajadores en el periodo de transición de un trabajo a otro, fomentar el multilingüismo y dar uso así a una de las bazas de la Unión: su multiculturalidad y su vasta diversidad que le otorgan una riqueza sin igual.

            Y es que todas las medidas mencionadas en el párrafo anterior son la respuesta a una sensación de abandono creciente entre los ciudadanos y seguramente principal motivo del euroescepticismo: los movimientos sociales contra las medidas que se están imponiendo desde Bruselas (que no contra la Unión Europea), se expanden por todo el territorio europeo, desde movimientos ciudadanos como el 15M y sus réplicas Occupy, que buscan una administración más transparente y democrática, hasta partidos populistas de base xenófoba y nacionalista como el Front Nationale francés o el VPÖ húngaro. Para estos últimos, tan solo cabe paciencia y confiar en que la ciudadanía no ceda a la cháchara antieuropea barata y carente de fundamento que sólo se basa en sentimientos románticos y reaccionarios muy atractivos en situaciones de desesperación como la que atraviesan ahora mismo muchos ciudadanos europeos en condiciones precarias.

e-Democracy
Para los primeros, en cambio, al Unión Europea podría aportar muchas innovaciones siguiendo claros ejemplos como el islandés: Europa es, además de un referente ecologista y del Bienestar, el mayor estandarte de la democracia moderna, un status que está perdiendo paulatina pero constantemente debido a los repliegues nacionalistas y las políticas de austeridad y contención. Por ello, el viejo continente debería despertar y adaptarse a los nuevos tiempos. Dispone del mayor índice de personas con acceso a Internet, con un 68% de los ciudadanos con conexión doméstica, y ello debería ser un primer aliciente para fomentar instituciones participativas y transparentes. Que cada vez se consulten más asuntos directamente al ciudadano y que se le proporcione una relación detallada de los gastos y los ingresos de las instituciones públicas para fomentar así su confianza en la Unión Europea y sus organismos. Además de la participación, se pueden crear nuevas medidas de e-democracy, formas de gobierno más cercanas, transparentes y flexibles, que acogen al ciudadano y lo hacen así parte activa de su gobierno. Las nuevas tecnologías permiten que cada vez el ciudadano esté más activo en la esfera pública y que, además pueda participar desde casa. Si bien se ha visto casi como una amenaza por parte del poder tradicional, esto debería observarse como un campo de posibilidades totalmente nuevo y explotable que podría renovar la imagen de la democracia europea y evitar que pierda su carácter de referente de las libertades y los derechos.

            Por último, y adentrándonos ahora sí en materia económica, la Unión Europea necesita  instituciones económicas comunes y eficientes. No puede ser que le Banco Central Europeo no preste dinero a los estados del mismo modo que lo hace el Banco Federal en los EEUU para garantizar la estabilidad y viabilidad del país, por ello Europa necesita una unificación real de su sistema bancario y, con ello, la creación de Eurobonos para que los mercados puedan así tener un baremo de referencia a la hora de emitir deuda, pues hasta ahora se toma como referencia el de Alemania. Esto conlleva que los países del sur tengan cada vez más dificultades para vender su deuda y lo hagan con mayores intereses y a más años, mientras que los países del norte venden su deuda prácticamente sin intereses. Es decir, que los países del norte se están beneficiando de la mala imagen del sur del que tanto se quejan sus gobiernos, cuando en realidad deberían compartir las pérdidas solidariamente y crear así una verdadera unión económica que transcienda a la monetaria y la fiscal, uniones cuyo único objetivo parece ser la atracción de mano de obra e inversiones hacia el centro del continente dejando a la periferia en un estado de depresión crónica.

            Por supuesto, estos no son los únicos problemas que afronta la Unión Europea, pero son algunos de los más relevantes y en su conjunto hacen que actualmente una región que es el mercado más grande del mundo, que aglutina un cuarto del comercio mundial y que es la mayor y más exitosa organización transnacional existente, esté perdiendo relevancia en un nuevo marco global donde el centro estratégico se ha desplazado hacia el pacífico, en pos de una Asia cada vez más fuerte y que invierte más en industrias punteras y nuevas tecnologías, de una América Latina más democrática e igualitaria, de unos EEUU que no pierden su peso militar a pesar de sus cada vez mayores problemas económicos, y de otras tantas regiones con un mayor potencial económico y social. Así pues, Europa está pasando de ser la madre de las naciones, la que ejerce el softpower en los conflictos y aporta dos tercios del total de la ayuda humanitaria y al desarrollo, a ser un actor irrelevante y conscientemente ignorado, en el que los países pierden interés y confianza.

Abismos y oportunidades
Así pues, ante esta situación ¿más o menos Europa? Más, siempre más. Más Europa y además más democrática, con el fomento de democracias participativas y transparentes. Más Europa y más verde, con el fomento de energías renovables y el cumplimiento de los objetivos de los tratados medioambientales. Más Europa y más formada, con el fomento de Universidades competentes, mayor inversión en educación y en I+D+I, y mejora de su industria y sus sectores de producción hacia una sociedad del conocimiento y la sostenibilidad. Más Europa y más integrada, con la flexibilización de la movilidad laboral, el fomento del multilingüismo y la cesión de más competencias  a organismos comunes, a corto plazo, y vistas al idealismo de la Unión federal a largo plazo.  Más Europa y más competente, mediante la creación de políticas exteriores comunes, fomento del Eurocuerpo, constitución de un liderazgo claro y carismático, así como creación de organismos económicos conjuntos, a imagen de la Reserva Federal norteamericana, y sus respectivos eurobonos, y hacer vinculantes las decisiones de otros organismos a día de hoy de poca utilidad como el Consejo Europeo.
           
         En definitiva, la Unión Europea debe reinventarse por completo y caminar hacia una mayor integración ya que los diferentes estados que la conforman tendrían muy pocas probabilidades de sobrevivir en un mundo global como el que se nos viene encima, donde las pequeñas naciones a penas pueden competir con los gigantes asiáticos y los grandes estados americanos o una África latente. Los costes de hacer esta unión serán altos a corto plazo, pero tendrán grandes resultados a medio y largo, pero ante todo, necesitan recuperar la confianza del pueblo europeo, que los niveles de satisfacción con la Unión vuelvan a niveles previos a la crisis, ya que de nada servirá una moneda única si no contamos con una sociedad igual de unida. Europa se encuentra ante el abismo, puede seguir sin hacer nada y caer, o hacer todo lo que esté a su alcance e intentar saltar al otro lado del desfiladero. Nosotros elegimos.