viernes, 2 de mayo de 2014

Yo, homoborroka

*El lenguaje de este artículo es pretendidamente incorrecto, no hace falta que le busques las tres patas al gato en los comentarios.

Si para que el mal triunfe, sólo hace falta que el bien no hagan nada, para que la derecha gane, sólo se necesita que mujeres, parados, inmigrantes y sí, homosexuales, no entiendan de política. La despolitización de los sectores sociales tradicionalmente discriminados ha supuesto la mayor victoria para la derecha europea, puesto que, gracias a nuestro recién descubierto conformismo, ellos cuentan con mayorías absolutas. Por eso, aprovecho para defender un nuevo concepto, ahora que el gobierno es tan terrorista que todos y todas somos ETA: "homoborroka". Porque no se puede ser marica y pepera, queridas, y hay que ir espabilando.


Si ayer tocaba poner vallas a las y los inmigrantes, y hoy toca cohibir la libertad reproductiva de las mujeres, mañana podría tocarle al matrimonio homosexual. Por mucho que al frente de la derecha veas bonitas caras femeninas desbordando botox, el überman del PP sigue siendo el varón blanco, católico, heterosexual cis-género y con sólo una cosa más grande que su caradura: su cuenta corriente.

El enemigo sigue siendo el mismo, pero con otro discurso. Aún así, sigue siendo frecuente encontrarse al homosexual que no está "tan seguro de que sea bueno para un niño crecer sin un padre y una madre", y en consecuencia vota al PP aunque nunca lo diga (porque el votante del PP es como las meigas, que haberlos hailos pero nadie los ha visto) o a la típica heterosexual autodeclarada de izquierdas que viene con el discurso benevolente de "a mí me parece bien, pero no te confundas je-je".

El ejemplo de la movida
Pero como para entender el presente hay que hablar del pasado, mal le pese a los opositores de la Memoria Histórica, debemos observar el ejemplo que supuso la mítica Movida. Ese movimiento contracultural protagonizado por todos los colectivos que, hasta la tranquila muerte del Generalísimo (que lleve tanta paz como descanso deja, que diría mi abuela), eran considerados vagos y maleantes. La movida trajo a España la revolución sexual, entre otras tantas libertades, y precisamente para ser revolución, fue necesariamente de izquierdas. Los derechos que han convertido a este país en uno de los pioneros en los derechos LGTB no se consiguieron votando a Alianza Popular ni a la CDS.

Ahora vivimos nuevamente tiempos de revolución, el 15M, la PAH o los yayoflautas son algunos de los muchos ejemplos de heroísmo cotidiano que nos rodean, y la homosexualidad no debería quedarse al margen simplemente porque parezca que, de momento, no nos van a tocar. Sin ir más lejos, el Día de Orgullo LGTB de Madrid, que tiene dimensiones de fiesta nacional, se ha convertido en un negocio para los socios del partido, cuando debería servir para reivindicar siglos de represión y para llevar pancartas, no sólo sobre nuestros derechos, sino sobre los derechos de nuestras conciudadanas y de otros colectivos que necesitan ayuda del mismo modo que hace tiempo la necesitamos nosotros.

Entiendo que es fácil acomodarse cuando las encuestas señalan a España como uno de los países más tolerantes con la diversidad sexual del mundo, lo que no quita que la tortilla pudiera dar la vuelta en cualquier momento. Y aunque no fuera así, y tuviéramos nuestros derechos y libertades garantizadas de por vida, no quita que como colectivo históricamente marginado y denigrado deberíamos solidarizarnos con el resto de afectados. Porque la denigración y la marginalización son de derechas.

La izmierda
Tampoco voy a sacralizar a la izquierda, porque la homofobia, esa extraña enfermedad del ser humano, afecta desgraciadamente a ambos márgenes de la política. Por eso, junto al "homoborroka", el radical homosexual, me gustaría usar el término "izmierda". La izmierda es todo aquél personaje autodeclarado de izquierdas que esconde siempre un "pero". La izmierda puede ser un comunista trasnochado al que le parece genial la igualdad de toda la ciudadanía siempre y cuando se tenga como modelo para hacernos iguales al varón heterosexual blanco. La izmierda es ese partido que dice ser de izquierdas y está muy cerca al centro. La izmierda es ese izquierdista que utiliza "maricón" y "bollera" como si fueran insultos contra Rajoy o Barberà. La izmierda es, en realidad, una derecha sin cuenta corriente, pero que quiere tener una.

Nos convertimos en izmierda cada vez que, desde la izquierda, dejamos de hablar en términos feministas -que no hembristas, otro modo de izmierda-. Cada vez que nos declaramos socialistas tolerantes, pero no toleramos otras identidades nacionales ni les permitimos decidir democráticamente sobre su rumbo. Nos convertimos en izmierda cada vez que nos callamos porque el Estado nos subvenciona, como si esa subvención fuera un favor y no un derecho. Nos convertimos en izmierda cuando no ejercemos ni defendemos actitudes ecologistas. Y nos convertimos, sobre todo, en izmierda, cuando dejamos de votar, y aquí es donde yace, para mí, el problema homosexual: hablar en femenino, ser transgresor o transgresora travistiéndose o besarse en público sin remordimientos son un acto político. No dejes de hacer política en las urnas. No dejes de hacer política reclamando derechos.

La izmierda es, al fin y al cabo, hipocresía. Y suficiente valor hay que tener para decir abiertamente "soy maricón" como para tener que ir luego escondiendo otras convicciones.

La política no es hipster
Sin duda, hay política más allá del mero acto electoral: unirse a asociaciones, asambleas, colaborar desinteresadamente, ejercer voluntariados... Pero son todo un compendio de cosas que parecen aburridas y trasnochadas para la moderna de turno. Las monturas de pasta no están reñidas con reciclar. Puedes alternar una conversación sobre las divas pop con otra sobre la sanidad pública. Puedes llenar tu Instagram de selfies y, también, de reivindicaciones.

La política debería volver a estar de moda. Hazte gaybertzale, hazte homoborroka.

Postdata: als companys i companyes de Catalunya, recordeu sempre que votar CiU també és 'esmerda', no confongam independència amb esquerres. Vota altra cosa, hi han alternatives.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Descanse en Paz, Erasmus

Wert ha dado esta mañana un último estacazo a unas becas que, ya de por sí, llevaban un par de años agonizando. Sin previo aviso, y afectando retroactivamente a miles de alumnos españoles, ha añadido un requisito extraordinario (y no contemplado en 25 años de historia de movilidad europea): el haber sido becario el año previo por el Ministerio que nuestro ministro peor valorado dirige. La obtención de una beca Erasmus partía, hasta ahora, precisamente, de lo que él más defiende: la excelencia académica.
¿Nos vamos o nos echan?

Pero lejos de querer perderme en debatir si un decreto retroactivamente desfavorable es legal o no, o de la lógica tras una decisión que va contra la movilidad europea que el Plan Bolonia exige, y que el mismo partido que hay en el poder aprobó, quiero aprovechar este post para defender todas las cosas positivas que ha aportado hasta hoy este sistema de becas. Y justificar que, si becar a alumnos para que estudien en el extranjero os parece caro, esperaos a ver el precio de no becarlos.

Yo pertenecí a la última generación que tuvo el privilegio de disfrutar íntegramente de una beca Erasmus, en el 2011-2012. Justo un curso después se redujo a la mitad la cuantía de ésta, y dos años más tarde, se ha reducido a la nada absoluta. Mi Erasmus lo pasé en Tampere, una ciudad de 300.000 habitantes en el centro de Finlandia, un país frío pero acogedor, estimulante pero, eso sí: caro. Y no hubiera podido aprender todo lo que aprendí y aportar a España todo lo que quiero aportar si no hubiera contado con esa ayuda mensual que, muy lejos de lo que la gente piensa, no son miles de euros, sino unas cetenas que a penas cubren el alquiler.

Los medios, esos que reniegan de becas y subvenciones, pero reciben un dineral en propaganda institucional para que ahoguen cualquier atisbo de crítica, venden la idea de que el Erasmus es fiesta y de que Europa se llena cada año de jovencitos que van a pagarse los comas etílicos y los condones de las arcas públicas. Pues bien, no voy a negar que salí de fiesta, pero no por estar de Erasmus, sino porque tenía 21 años, y no salí más en Finlandia de lo que salía en España. Tampoco voy a negar que practicara sexo, pero juzgar si eso es bueno o no, no tiene nada que ver con la rentabilidad de mi estancia o con mi aprendizaje allí, a menos que lo juzgue un miembro del gobierno que sea más fiel a sus convicciones religiosas que a su labor pública. Pero, espera, ¿no estábamos en un país laico?

Este señor, con esta cara, es Ministro.
Lo que puedo decir es que, aquellas centenas de euros que recibí al mes me permitieron aprender asignaturas de mi carrera a las que no se le daba mucha importancia en España. Me permitieron aprender no uno, sino dos idiomas, con los que ahora tengo mayores oportunidades laborales (fuera de España, mayormente, pero la empleabilidad de los jóvenes en nuestro país es otro debate). Me permitieron conocer otros tipos de democracia más responsables, otros Estados del Bienestar más eficientes y, de paso, me permitieron ver que podría mejorar España con lo aprendido fuera. Y es que lo importante de irse al extranjero no es ver nuevos paisajes, sino ver con nuevos ojos.

Quizá lo que pretende el muy honorable sin-Wert-güenza es, precisamente, que los alumnos españoles dejemos de aprender eso. Dejemos de ver que, por ejemplo, en Finlandia existe un modelo educativo integrador, eficiente, público y plural, calificado como el mejor del mundo, y que algún Erasmus de magisterio podría tener la mala idea de analizar, aprender e intentar aplicar en España contra su querida LOMCE.

Quizá Wert teme que alguna Erasmus de CC. Políticas aprenda que en Suiza hay asambleas de democracia directa, o que en Islandia se toman decisiones democráticas vía Internet, y quizá la alumna querría volver y aplicarlo en España derogando a este gobierno ya de por si ilegítimo tras no cumplir ninguna de sus promesas electorales.

Quizá Wert teme que un Erasmus de Enfermería descubra, al irse a un país con la Sanidad privatizada, que el modelo sanitario que teníamos en España hasta este Gobierno era de los más baratos y eficientes del mundo, y que al volver hará lo posible por que no nos lo sigan arrebatando.

Cada día se suma un nuevo ataque al Bienestar.
Quizá Wert teme que una Erasmus de Comunicación Audiovisual vaya a Francia y descubra que allí el cine recibe 700 millones de subvenciones al año frente a los 50 que recibe en España. Quizá un Erasmus de Periodismo descubra que en España hay leyes contra la libertad de expresión que no respetan la convención de los DDHH. Y así, un largo etcétera.

Lo que estoy seguro que teme, tras estos ejemplos, es que España sea hasta el día de hoy el país que más Erasmus manda y recibe al año, y que tanto intercambio de experiencias e ideas creen una nación culta que algún día sea ingobernable por gente de su calaña.

Lo más penoso es que, a día de hoy, yo ya no me preocupo de que generaciones venideras puedan irse o no de Erasmus y vivir así una experiencia enriquecedora e insustituible, porque me desborda si generaciones venideras van a poder si quiera acceder a los estudios superiores. España ha retrocedido cuatro décadas en dos años.

Por todo esto, #ErasmusRIP
#EducaciónRIP
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martes, 9 de abril de 2013

Europa ante el abismo


En menos de cinco años, España ha pasado de una fervorosa eurofilia a la más absoluta eurofobia. Recortes en sanidad y educación, aumento del paro, eliminación de becas y ayudas sociales, incremento de impuestos y pérdida consecutiva de derechos amparado todo esto por una dirección férrea desde Bruselas marcan la diferencia entre la mayoría de ciudadanos que, en 2007, aprobaban la Unión Europea y la caída en picado de este apoyo en 2012, según presenta la última encuesta del Eurobarómetro.  ¿Hasta qué punto era necesaria esta austeridad? ¿Qué se ha hecho mal en Europa para llegar a este punto? ¿Qué se puede hacer bien en el futuro más próximo? ¿MÁS EUROPA O MENOS EUROPA? Preguntas cada vez más cotidianas y necesitadas de una respuesta inmediata, pero no todo son ajustes económicos y recortes.


El creciente desapego de los europeos hacia la Unión también tiene sus raíces en la crisis de valores que acompaña a esta profunda crisis económica que atravesamos, en los errores en la construcción de la Unión que priorizaron los lazos económicos a los culturales, en la carencia de líderes e instituciones eficaces dentro de la organización y en la pérdida de poder geopolítico que el viejo continente atraviesa en el nuevo y cambiante marco global. Por ello, cualquier paso que los dirigentes de la Unión Europea den a partir de ahora no debe responder sólo a razones económicas, sino también a la búsqueda de un modelo de sostenibilidad y cooperación entre los países miembros para conseguir una Unión fuerte y capaz de afrontar todos los desafíos que se le vienen encima, de los que la crisis del Euro es sólo el primer paso.
           
            El primero de estos retos es la construcción de una Europa basada en la sociedad del conocimiento. Se trata de una idea ya antigua que se fraguó en el fracasado tratado de Lisboa, en 2007, cuando los dirigentes europeos se comprometieron a invertir hasta el 3% del PIB de cada nación en la Investigación y Desarrollo, de modo que la industria europea se recondujera hacia la creación de nuevas tecnologías y crearan empleos de alta capacitación. Hoy en día, la UE sólo invierte un 1’8% de media en I+D, frente al 2’8% estadounidense, el 3’5% japonés o el 3’4% de una creciente Corea del Sur. Europa no sólo no ha conseguido incrementar sus inversiones en nuevas industrias, sino que algunos países han reducido el gasto en ello bajo la batuta de la austeridad. El nuevo plan Europa 2020 se ha creado, entre otras cosas, para superar este primer fracaso e invertir realmente en sectores que encumbren el talento potencial de un continente con una población altamente formada pero con pocas oportunidades de realizarse.


La sociedad del conocimiento
De seguir como hasta ahora, el continente se ve condenado al sector servicios, a actividades de poca productividad para las que se requiere poca formación y que no aportan a la Unión una base potente para competir contra el resto de países. Europa deja de ser uno de los mayores activos económicos del mundo para convertirse en un parque temático y un lugar de retiro. Y es que otro desafío que afrontamos es el rápido envejecimiento de la población, resultado de una esperanza de vida elevadísima y un índice de natalidad ínfimo. Europa concentra, pues, dos factores extremos para que se dé esta situación: la elevada calidad de vida atrasa la defunción de los europeos que, a su vez, deciden tener cada vez menos hijos para poder dedicarse a sus profesiones y debido al alto coste de tener descendencia. Para 2040, se espera que tan sólo haya dos empleados por cada pensionista en el continente, una situación insostenible ya que no se ingresarán suficientes impuestos para mantener tal cantidad de prestaciones sociales. Entre las posibles soluciones, se encuentra el atrasar la edad de jubilación, actualmente en torno a los 62 años de media, ya que al ser más longevos se da por sentado que tendremos más años hábiles. Otra opción sería que la jubilación dejara de ser una obligación para ser una opción, aunque habría que calcular la repercusión de esto en el empleo juvenil, ya que Europa cuenta además con un empleo entre la población menor de 25 años que sobrepasa el 20%, incluso el 50% en algunos países del sur, y sus expectativas de incorporación al mercado laboral  no parecen nada optimistas.

            Otro reto para la Unión Europea es superar su dependencia energética. Actualmente, los países miembros importan el 90% del petróleo que consumen, el 80% del gas y el 50% del carbón. Es una situación de por sí complicada, pero los escenarios plausibles en un futuro no muy lejano la empeorarán: seguramente ya hemos superado la máxima oferta de energías fósiles, con lo que a partir de ahora los precios se incrementarán, especialmente ante la demanda creciente de los países emergentes como China o India. Además, los socios preferentes de la Unión Europea para la importación de estos productos, Noruega y Turquía, se encontrarán también en una situación delicada: Noruega, de quien importamos algo más del 40% del petróleo y gas que consumimos, prevé acabar con sus reservas en esta década, mientras que Turquía, a quien la Unión Europea se ha empeñado en dar la espalda, está afianzándose en su zona de influencia, Oriente Próximo, y pronto podría priorizar sus relaciones con las ex repúblicas soviéticas y pagarle a Europa con la misma moneda.

Economía verde
Europa cuenta, además, con la capacidad de implantar fuentes de energías propias y reducir progresivamente su dependencia de los combustibles fósiles que, además de costarnos cada vez más caros y producir contaminación, son potenciales fuentes de conflicto que convendría evitar a una unión de países caracterizada por el poder blando: hablamos de la energía eólica, que la Unión podría potenciar en el Mar del Norte, como bien hace Dinamarca, y de energía solar, no solo en los países del Sur como España o Italia con una enorme superficie donde poder implantar plantas fotovoltaicas, sino también en los países vecinos al norte de África, con infinitas y bastas extensiones desérticas donde crear plantas solares a un reducido coste a tan solo 40 minutos desde la costa norte del Mediterráneo.

            Esto no sólo posibilitaría una menor dependencia de la Unión con respecto a otros países, sino que también nos caracterizaría como una economía verde, situándonos a la cabeza de los tratados medioambientales globales. Esto debería complementarse con la instauración de impuestos medioambientales a aquellas empresas que contaminen en exceso, así como a las emisiones de CO2, el tratado de residuos y el reciclaje. No olvidemos, además, que la totalidad de países que conforman la Unión Europea firmó el tratado de Kyoto y los suscribió posteriormente en Copenhague, por lo que deberían reducir en un 20% sus emisiones de CO2 antes de 2020, un objetivo muy lejano a la situación actual cuando la mayoría de países integrantes, en lugar de reducir sus emisiones, las han aumentado.

La mayor democracia
Y es que, aparte de constituirse como referente de la economía verde, Europa ha sido durante décadas el referente de la sociedad del bienestar y de la democracia. Y este es uno de los puntos donde más fuerte le está dando la crisis actual. Por ello, Europa no debe seguir recortando prestaciones, sino administrarlas de un mejor modo. Es cierto que el panorama actual hace cada vez más inviable la sostenibilidad del Bienestar, pero una mejor distribución y un gasto mayor en sectores estratégicos podría no sólo no debilitar la socialdemocracia sino hacerla más amplia: seguir invirtiendo en sanidad para mantener la mejor calidad de vida del globo, invertir más y mejor en educación (la media europea es del 3’5% del PIB frente al 4% de la OCDE, países como España o Grecia apenas llegan al 3%), crear una red de universidades más competentes y con mayor prestigio (actualmente sólo 21 de las 100 mejores universidades del mundo están en Europa, frente a las 46 estadounidenses), y atraer así inmigración de calidad a un continente necesitado de gente joven y preparada. Mejorar la movilidad laboral dentro del continente, instaurar la “flexiseguridad”, combinar la flexibilidad del mercado laboral en continuo cambio con una serie de medidas que garanticen seguridad a los trabajadores en el periodo de transición de un trabajo a otro, fomentar el multilingüismo y dar uso así a una de las bazas de la Unión: su multiculturalidad y su vasta diversidad que le otorgan una riqueza sin igual.

            Y es que todas las medidas mencionadas en el párrafo anterior son la respuesta a una sensación de abandono creciente entre los ciudadanos y seguramente principal motivo del euroescepticismo: los movimientos sociales contra las medidas que se están imponiendo desde Bruselas (que no contra la Unión Europea), se expanden por todo el territorio europeo, desde movimientos ciudadanos como el 15M y sus réplicas Occupy, que buscan una administración más transparente y democrática, hasta partidos populistas de base xenófoba y nacionalista como el Front Nationale francés o el VPÖ húngaro. Para estos últimos, tan solo cabe paciencia y confiar en que la ciudadanía no ceda a la cháchara antieuropea barata y carente de fundamento que sólo se basa en sentimientos románticos y reaccionarios muy atractivos en situaciones de desesperación como la que atraviesan ahora mismo muchos ciudadanos europeos en condiciones precarias.

e-Democracy
Para los primeros, en cambio, al Unión Europea podría aportar muchas innovaciones siguiendo claros ejemplos como el islandés: Europa es, además de un referente ecologista y del Bienestar, el mayor estandarte de la democracia moderna, un status que está perdiendo paulatina pero constantemente debido a los repliegues nacionalistas y las políticas de austeridad y contención. Por ello, el viejo continente debería despertar y adaptarse a los nuevos tiempos. Dispone del mayor índice de personas con acceso a Internet, con un 68% de los ciudadanos con conexión doméstica, y ello debería ser un primer aliciente para fomentar instituciones participativas y transparentes. Que cada vez se consulten más asuntos directamente al ciudadano y que se le proporcione una relación detallada de los gastos y los ingresos de las instituciones públicas para fomentar así su confianza en la Unión Europea y sus organismos. Además de la participación, se pueden crear nuevas medidas de e-democracy, formas de gobierno más cercanas, transparentes y flexibles, que acogen al ciudadano y lo hacen así parte activa de su gobierno. Las nuevas tecnologías permiten que cada vez el ciudadano esté más activo en la esfera pública y que, además pueda participar desde casa. Si bien se ha visto casi como una amenaza por parte del poder tradicional, esto debería observarse como un campo de posibilidades totalmente nuevo y explotable que podría renovar la imagen de la democracia europea y evitar que pierda su carácter de referente de las libertades y los derechos.

            Por último, y adentrándonos ahora sí en materia económica, la Unión Europea necesita  instituciones económicas comunes y eficientes. No puede ser que le Banco Central Europeo no preste dinero a los estados del mismo modo que lo hace el Banco Federal en los EEUU para garantizar la estabilidad y viabilidad del país, por ello Europa necesita una unificación real de su sistema bancario y, con ello, la creación de Eurobonos para que los mercados puedan así tener un baremo de referencia a la hora de emitir deuda, pues hasta ahora se toma como referencia el de Alemania. Esto conlleva que los países del sur tengan cada vez más dificultades para vender su deuda y lo hagan con mayores intereses y a más años, mientras que los países del norte venden su deuda prácticamente sin intereses. Es decir, que los países del norte se están beneficiando de la mala imagen del sur del que tanto se quejan sus gobiernos, cuando en realidad deberían compartir las pérdidas solidariamente y crear así una verdadera unión económica que transcienda a la monetaria y la fiscal, uniones cuyo único objetivo parece ser la atracción de mano de obra e inversiones hacia el centro del continente dejando a la periferia en un estado de depresión crónica.

            Por supuesto, estos no son los únicos problemas que afronta la Unión Europea, pero son algunos de los más relevantes y en su conjunto hacen que actualmente una región que es el mercado más grande del mundo, que aglutina un cuarto del comercio mundial y que es la mayor y más exitosa organización transnacional existente, esté perdiendo relevancia en un nuevo marco global donde el centro estratégico se ha desplazado hacia el pacífico, en pos de una Asia cada vez más fuerte y que invierte más en industrias punteras y nuevas tecnologías, de una América Latina más democrática e igualitaria, de unos EEUU que no pierden su peso militar a pesar de sus cada vez mayores problemas económicos, y de otras tantas regiones con un mayor potencial económico y social. Así pues, Europa está pasando de ser la madre de las naciones, la que ejerce el softpower en los conflictos y aporta dos tercios del total de la ayuda humanitaria y al desarrollo, a ser un actor irrelevante y conscientemente ignorado, en el que los países pierden interés y confianza.

Abismos y oportunidades
Así pues, ante esta situación ¿más o menos Europa? Más, siempre más. Más Europa y además más democrática, con el fomento de democracias participativas y transparentes. Más Europa y más verde, con el fomento de energías renovables y el cumplimiento de los objetivos de los tratados medioambientales. Más Europa y más formada, con el fomento de Universidades competentes, mayor inversión en educación y en I+D+I, y mejora de su industria y sus sectores de producción hacia una sociedad del conocimiento y la sostenibilidad. Más Europa y más integrada, con la flexibilización de la movilidad laboral, el fomento del multilingüismo y la cesión de más competencias  a organismos comunes, a corto plazo, y vistas al idealismo de la Unión federal a largo plazo.  Más Europa y más competente, mediante la creación de políticas exteriores comunes, fomento del Eurocuerpo, constitución de un liderazgo claro y carismático, así como creación de organismos económicos conjuntos, a imagen de la Reserva Federal norteamericana, y sus respectivos eurobonos, y hacer vinculantes las decisiones de otros organismos a día de hoy de poca utilidad como el Consejo Europeo.
           
         En definitiva, la Unión Europea debe reinventarse por completo y caminar hacia una mayor integración ya que los diferentes estados que la conforman tendrían muy pocas probabilidades de sobrevivir en un mundo global como el que se nos viene encima, donde las pequeñas naciones a penas pueden competir con los gigantes asiáticos y los grandes estados americanos o una África latente. Los costes de hacer esta unión serán altos a corto plazo, pero tendrán grandes resultados a medio y largo, pero ante todo, necesitan recuperar la confianza del pueblo europeo, que los niveles de satisfacción con la Unión vuelvan a niveles previos a la crisis, ya que de nada servirá una moneda única si no contamos con una sociedad igual de unida. Europa se encuentra ante el abismo, puede seguir sin hacer nada y caer, o hacer todo lo que esté a su alcance e intentar saltar al otro lado del desfiladero. Nosotros elegimos.

domingo, 4 de noviembre de 2012

"Salí porqué salí", historia de enredos por Jordi Núñez

Y tras meses de cortos y videoclips, llegó el primer largometraje estrenado en una sala de cine por el joven director valenciano Jordi Núñez. Una historia de amores y celos, finales y reinicios, mujeres y cine.


La película, más allá de la representación de una historia sentimental común y universal a todos, es en sí misma una representación del proceso cinematográfico y quizá ello sea lo más llamativo: la protagonista nos narra, apelando directamente al espectador, el inicio de su historia de su propia voz, intercalado por escenas de los cortos de su novio, máxima figura representativa del cine: el director. Aunque no acabaremos de entender que asistimos a la película dentro de la película cuando al final del metraje [contiene spoilers] se nos revele que nuestra protagonista, Ariadna (Parula Rausell, protagonista también del corto La herida de Nina), es la directora de todo aquello que hemos visto.

De este modo, la grabación de una película sobre su propia experiencia se convierte para Ariadna en la catarsis mediante la que supera lo vivido. Un modo amable y suave de explicar una historia de adulterio y ruptura en la juventud, a tiempo para volver a empezar y quererse a sí misma. Y es que Ariadna es también una chica cargada de complejos y miedos, mayormente debido a lo poco que cree en su carrera como actriz, que consigue superar al convertirse en directora y, de algún modo, ganar a su expareja, Carlos (Diego Navarro) en su propio campo de juego.

Pero la película tiene su contrapunto al drama y la superación en los ricos y entrañables personajes secundarios: la sexodependiente Ainhoa (Andrea Avinent), el desquiciado violador Armando Guerra (Alejandro Montoya), la histriónica amante de Carlos, Marina y la curiosa vecina (interpretadas ambas por una hilarante Irene Benlloch). Las actuaciones superan lo correcto: Avinent y Benlloch se introducen especialmente dentro de sus papeles ofreciendo así el contrapunto a la seriedad de Ariadna con diálogos que rozan el absurdo. Montoya, por otra parte, afronta con éxito la no fácil interpretación de un psicótico.

El guión, aunque simple y sencillo, consigue encajar pequeñas historias paralelas que reflejan la cotidianidad de la historia, su transcurrir intrascendente entre otras tantas, además de concentrar en un sólo objeto, los zapatos rojos de tacón que Carlos regaló a Andrea, todo el contenido de la historia: representan la relación ideal al inicio, la relación destrozada en el nudo, y la relación superada la final; así como el objeto de envidia del resto de personajes femeninos, que los desean, quizá en una metáfora de lo ideal que la vida de Ariadna parece desde el exterior.

Estéticamente hablando, la película recuerda al cine de los 80, la comedia de enredos española y, cómo no, el cine de Almodóvar. Y es que, del mismo modo que el director manchego, Núñez presenta predilección por los personajes femeninos y desequilibrados. Sin duda, un arquetipo que se presta a muchas situaciones distintas y a guiones melodramáticos que siempre ofrecen un correcto balance entre entretenimiento y arte, público o intelecto, el mayor conflicto de todo autor.

Cabe decir que, con los pocos medios de los que dispone y a pesar de varios incidentes, tras tres años de producción el resultado de Núñez es satisfactorio y sorprendente, en la linea semiótica de otros autores de su edad como el archipremiado Xavier Dolan, que demuestran que el mundo en los 90 no se volvió más cómodo sino más complejo, y que ser adolescente en el siglo XXI significa tener más inquietudes, más preparación y, por tanto, más problemas:


miércoles, 25 de julio de 2012

Gang Bang, por Jordi Nuñez

Desde luego, las mujeres de armas tomar son las protagonistas perfectas para el joven director Jordi Nuñez. Si en el corto "La herida de Nina" podíamos ver la historia de una joven atormentada por una venganza en su pasado, en su nuevo video-clip, realizado para el tema Gang Bang del último disco de Madonna, podemos ver la historia de una showgirl, interpretada perfectamente por Andrea Sánchez, que también tiene cuentas que ajustar con su pasado y un hombre, Pau Sola.

En esta ocasión, el director utiliza la sencillez del ortocromático para introducir los flashbacks, frente a unas rápidas y coloridas escenas que narran la historia presente junto a un intenso ejercicio de simetrías e interesantes planos cortos. ¡Sin dejar de lado el esfuerzo de hacer actuar al minino!

Si quieres verlo, mañana el autor hará público el enlace en abierto a su obra.