sábado, 7 de abril de 2012

Xavier Dolan, o cómo es crecer en los 90

Tras ver la sangre que ha corrido por las décadas precedentes, parece que el final del siglo XX fue un regalo para los que nacieron en él. Desde luego, no tuvimos que enfrentarnos a guerras, violencia ni hambre; tuvimos acceso a la alta educación, a la cultura y a las nuevas tecnologías. Pero ser la generación más formada de la historia tiene un precio: nadie dijo que el saber fuera felicidad ni que las tecnologías simplificaran el mundo.


Se le podrá reprochar todo lo que se quiera a Xavier Dolan, pero desde luego, lo que nadie le puede negar es que es producto y fiel reflejo de sus circunstancias. De las de su generación. De las angustias, más espirituales que físicas, que aquellos que nacieron a final de siglo enfrentan al crecer, madurar e incomprender en el nuevo.

Su primer film, J'ai tué ma mère, escrito con apenas 16 años, demostró una relación infernal entre un hijo y una madre separados por un abismo intergeneracional incompensable. Mientras ella creció, y se ancló, en una de las muchas corrientes culturales que barrieron los 60 y 70, él ha crecido con la conciencia de que toda corriente cultural acaba siendo falacia. Ideales frente a desencanto. Ella es historia, él, post-historia. Kitsch frente a desencanto. Como Teresa y su madre en la literatura de Kundera: ella ama la realidad del ser, él no soporta su levedad.

El segundo, Les amours imaginaires, entra en la misma espiral obsesiva que todo joven ha padecido en torno a las relaciones interpersonales, plasmando, cómo no, el abismo entre el mensaje enviado y el recibido que tanto obsesionó a Hume. Mientras dos amigos se pelean por el amor de un tercero, este último yace ajeno a todo, pues nunca quiso significar lo que sus amantes entendían. Las múltiples lecturas de los mensajes entre personas se complican con aquellos inventos que han precedido a nuestra existencia: desde el correo tradicional hasta el electrónico y el teléfono. Todo se enreda más si atendemos al escenario post-ambigüedad, post-romanticista y post-todo que nos rodea.


Pero la principal baza de Dolan, virtuoso y precoz, es que rueda conforme a sus circunstancias. A aquello que está viviendo. La relación entre una madre y un hijo no podría haber sido plasmada tan crudamente por un director más mayor puesto que siempre miramos atrás a través del cristal del romanticismo. Como bien dijo él, la película era semi-biográfica, y es que no se puede plasmar una historia así, que muchos adolescentes han sufrido en mayor o menor medida, sin estar viviéndola.

Frente a esa rabia y espontaneidad adolescente encontramos a Francis, el alter ego de Dolan en su segundo film, más pausado, refinado en sus métodos e inmerso en el mundo de las convenciones sociales. Ya no se permite perder los nervios, destrozar su entorno y gritar, sino que actúa conforme a las diplomáticas formas del mundo adulto desde la rabia controlada de alguien que apenas está entrando. Nuevamente, refleja lo que está viviendo a sus 20 años en su película.

Aunque es cierto que ambas producciones cuentan con un guión que se podría haber comprimido en el trailer, de haber eliminado el ejercicio de vaciado que compone el resto de las películas, de transucrrir lento, nos habríamos perdido pequeñas obras de arte cinematográfico como la ira a cámara lenta del matricida y el único escape que se permite la madre al hablar con el director del internado por teléfono; o el simétrico y perfecto retablo coloreado que componen los cuatro diálogos post y precoitales del segundo film donde los protagonistas, siempre perfectos en sus papeles, expresan puntos de vista que nos ayudan a comprender el significado de sus objetos fetiche durante el resto de la película.

Así pues, igual que Marie se obsesiona con sus cigarros, Francis es el único dueño de sus marcas en la pared y este es el modo de ambos de mantener su vida atada y ajena al mundo inestable y en continuo cambio que el siglo XXI nos ha brindado. En el otro lado de la balanza vemos a otros personajes sin nombre que buscan sin éxito su modo de interpretar dicho mundo plusquamcambiante: la dolorida por las relaciones a distancia, el obsesionado con la sexualidad, la dependiente de las redes sociales... En el fondo, pequeñas historias, reflejos sociales, que todos hemos vivido.



Por la parte visual, Dolan vuelve a jugar con los límites del racord y, mientras en J'ai tué ma mère podíamos ver un estridente desequilibrio en las conversaciones plano, contra-plano; en Les amour imaginaires los travellings de cámara y los planos secuencia se alargan formando espacios vacíos de sentido en la acción. A pesar de ello, el director no rompe con el transcurrir de los films y todo queda en un anecdótico sello de autor, como lo son los estilismos pop y vintage de sus personajes y los decorados de colores y formas en contraste.

Se le ha reprochado esto último puesto que parece reflejar unas ansias del director, actor y productor de encajar en una generación a la que no pertenece, anterior a él, pero más que perpetuar iconos precedentes, Dolan hace algo muy propio de la generación a la que realmente pertenece: se burla de dichos iconos, los manipula, Marie es una Audrey Hepburn vulgar y Francis un James Dean débil. Y es que otra característica de los jóvenes post-guerra fría es que han consumido mucha cultura precedente, en todos los campos, y juegan con ella como una circunstancia más de su entorno: son su derivado.

En el fondo todos los personajes de Dolan buscan una única cosa: el amor, el afecto, el cariño. Y todos encuentran otra: el cambio. Maduran, crecen, cambian y, sobre todo, se hieren. Pero así se aprende. Marie lo expresa en su cita con la peluquera al decir que no le importa el sexo, que sólo busca alguien con quien despertar, con quien compartir la cuchara del desayuno, que respire a su oido. Ya lo dijo Milan Kundera: "El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien". Veremos como lo refleja en su próximo film, Laurence Anyways, la complicada historia de un transexual y, cómo no, su búsqueda del amor.


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